[Foto: Alex wolf mx/Pexels]
En una región conocida por sus tumultuosos cambios, una idea se mantuvo notablemente consistente durante siglos: América Latina es católica.
La transformación de 500 años de la región en un bastión católico pareció culminar en 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio, de Argentina, fue elegido el primer papa latinoamericano. Antaño un puesto misionero, Latinoamérica es ahora el corazón de la Iglesia católica. Alberga a más de 575 millones de fieles, más de 40% de los católicos del mundo. Las siguientes regiones más grandes son Europa y África, cada una con 20% de los católicos del mundo.
Sin embargo, bajo este dominio católico, el panorama religioso de la región está cambiando.
En primer lugar, los grupos protestantes y pentecostales han experimentado un crecimiento drástico. En 1970, solo 4% de los latinoamericanos se identificaban como protestantes; para 2014, la proporción había ascendido a casi 20%.
Pero aun cuando las filas protestantes crecían, otra tendencia se afianzaba discretamente: un porcentaje cada vez mayor de latinoamericanos abandonaba por completo la fe institucional. Y, como muestra mi investigación, el declive religioso de la región muestra una sorprendente diferencia con respecto a los patrones en otras partes del mundo. Si bien menos latinoamericanos se identifican con una religión o asisten a servicios religiosos, la fe personal se mantiene firme.

Declive religioso
En 2014, 8% de los latinoamericanos afirmó no tener religión alguna. Esta cifra duplica el porcentaje de personas criadas sin religión, lo que indica que el crecimiento es reciente y proviene de personas que abandonaron la iglesia en la edad adulta.
Sin embargo, desde entonces no se ha realizado un estudio exhaustivo sobre el cambio religioso en Latinoamérica. Mi nueva investigación, publicada en septiembre de 2025, se basa en dos décadas de datos de encuestas realizadas a más de 220.000 personas en 17 países latinoamericanos. Estos datos provienen del Barómetro de las Américas, una amplia encuesta regional realizada cada dos años por la Universidad de Vanderbilt, que se centra en la democracia, la gobernanza y otros temas sociales. Dado que plantea las mismas preguntas sobre religión en todos los países y a lo largo del tiempo, ofrece una visión excepcionalmente clara de los patrones de cambio.
En general, el número de latinoamericanos que declaran no tener afiliación religiosa aumentó de 7% en 2004 a más de 18% en 2023. La proporción de personas que dicen no tener afiliación religiosa aumentó en 15 de los 17 países y se duplicó con creces en siete.
En promedio, 21% de la población sudamericana afirma no tener afiliación religiosa, en comparación con 13% en México y Centroamérica. Uruguay, Chile y Argentina son los tres países menos religiosos de la región. Guatemala, Perú y Paraguay son los más tradicionalmente religiosos, con menos de 9% que se identifica como no afiliado.
Otra pregunta que suelen usar los académicos para medir el declive religioso es la frecuencia con la que las personas asisten a la iglesia. Entre 2008 y 2023, la proporción de latinoamericanos que asisten a la iglesia al menos una vez al mes disminuyó de 67% a 60%. El porcentaje de quienes nunca asisten, por su parte, aumentó de 18% a 25%.
El patrón generacional es marcado. Entre las personas nacidas en la década de 1940, poco más de la mitad afirma asistir a la iglesia con regularidad. Cada generación posterior muestra un descenso más pronunciado, hasta llegar a tan solo 35% entre los nacidos en la década de 1990. La afiliación religiosa muestra una trayectoria similar: cada generación está menos afiliada que la anterior.
Cambio religioso personal
Sin embargo, en mi estudio también examiné una medida de religiosidad menos utilizada, que cuenta una historia diferente.
Esa medida es la “importancia religiosa”: la importancia que las personas atribuyen a la religión en su vida diaria. Podríamos considerarla como religiosidad “personal”, en contraposición a la religiosidad “institucional” vinculada a las congregaciones y denominaciones formales.

Al igual que la asistencia a la iglesia, la importancia religiosa en general es alta en Latinoamérica. En 2010, aproximadamente 85% de los latinoamericanos en los 17 países cuyos datos analicé afirmó que la religión era importante en su vida diaria. 60% respondió “mucho” y 25%, “algo”.
Para 2023, el grupo “algo importante” se redujo a 19%, mientras que el grupo “muy importante” aumentó a 64%. La importancia religiosa personal estaba en aumento, a pesar de que la afiliación y la asistencia a la iglesia estaban disminuyendo.
La importancia religiosa muestra el mismo patrón generacional que la afiliación y la asistencia: las personas mayores tienden a reportar niveles más altos que las más jóvenes. En 2023, 68% de las personas nacidas en la década de 1970 afirmó que la religión era “muy importante”, en comparación con 60% de las nacidas en la década de 1990.
Sin embargo, al comparar a personas de la misma edad, el patrón se invierte. A los 30 años, 55% de los nacidos en la década de 1970 consideraban la religión muy importante. Compárese con 59% entre los latinoamericanos nacidos en la década de 1980 y 62% entre los nacidos en la década de 1990. Si esta tendencia continúa, las generaciones más jóvenes podrían llegar a mostrar un mayor compromiso religioso personal que sus mayores.
Afiliación vs. creencia
Lo que estamos viendo en América Latina, diría yo, es un patrón fragmentado de declive religioso. La autoridad de las instituciones religiosas está menguando: menos personas profesan una fe; menos asisten a los servicios religiosos. Pero la fe personal no se está erosionando. La importancia religiosa se mantiene estable, incluso en aumento.
Este patrón es bastante diferente al de Europa y Estados Unidos, donde el declive institucional y la creencia personal tienden a ir juntos.
86% de las personas no afiliadas en Latinoamérica afirma creer en Dios o en un poder superior. Esto se compara con solo 30% en Europa y 69% en Estados Unidos.
Un porcentaje considerable de latinoamericanos no afiliados también creen en ángeles, milagros e incluso que Jesús regresará a la Tierra durante su vida.
En otras palabras, para muchos latinoamericanos, dejar atrás una etiqueta religiosa o dejar la iglesia no significa dejar atrás la fe.

Este patrón distintivo refleja la historia y la cultura únicas de Latinoamérica. Desde la época colonial, la región se ha caracterizado por una mezcla de tradiciones religiosas. La gente suele combinar elementos de creencias indígenas, prácticas católicas y movimientos protestantes más recientes, creando formas de fe personales que no siempre encajan perfectamente en una iglesia o institución en particular.
Debido a la escasez de sacerdotes en las zonas rurales, el catolicismo se desarrolló en muchas comunidades con escasa supervisión directa de la Iglesia. Los rituales domésticos, las festividades de los santos locales y los líderes laicos contribuyeron a moldear la vida religiosa de manera más independiente.
Esta realidad cuestiona la manera en que los académicos suelen medir el cambio religioso. Los marcos tradicionales para medir el declive religioso, desarrollados a partir de datos de Europa Occidental, se basan en gran medida en la afiliación religiosa y la asistencia a la iglesia. Sin embargo, este enfoque ignora la vibrante religiosidad fuera de las estructuras formales y puede llevar a los académicos a conclusiones erróneas.
En resumen, América Latina nos recuerda que la fe puede prosperar incluso cuando las instituciones se desvanecen.
Matthew Blanton es candidato a doctorado en Sociología y Demografía en la Universidad de Texas en Austin.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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