El humo de los incendios en California todavía manchaba el cielo cuando ocurrió… Ahí estaban todos: los magnates tecnológicos, los nuevos autócratas, los viejos poderes, reunidos en Washington, D.C., como en una grotesca ceremonia medieval.
La mezcla ideal entre tecnología, autoritarismo y deshumanización fundiéndose en un solo espectáculo grotesco. El mundo arde, y no solo por los incendios forestales. La investidura de un Nerón estadounidense, secundada por una liga de derechas global, marca el inicio de una nueva era de propaganda descarada y sumisión de los titanes tecnológicos al altar del poder político. Las grandes empresas, encabezadas por personajes como Zuckerberg y Musk, no solo se arrodillan; besan el anillo del nuevo orden. Mientras uno promociona conceptos retrógrados como la “energía masculina”, el otro invade las democracias liberales con su maquinaria de propaganda. El resultado: un tecnofeudalismo que Yanis Varoufakis ha descrito con gran precisión.
Mientras tanto, en Davos, los habituales actores del Foro Económico Mundial actúan su antigua obra de teatro sobre “capitalismo consciente”; aparentemente nadie les avisó que su función ya no tiene público. El verdadero espectáculo está ya en otra parte; el poder ya no está en Suiza, se ha trasladado a las oficinas corporativas de Silicon Valley y a las salas de guerra digital de los autócratas globales.
¿Cómo llegamos aquí? Quizás estábamos demasiado ocupados optimizando nuestras vidas con aplicaciones y redes sociales para notar que estábamos construyendo nuestra propia jaula o, lo que es peor, contándonos la historia de que somos nosotros quienes tomamos las decisiones de nuestras vidas y no el algoritmo. O como dice D. Graham Burnett, padeciendo el fracking humano resultante de la economía de la atención.
La posibilidad de construir algo nuevo
Este no es el mundo que queríamos —al menos no todos—. Pero quizás sea el mundo que necesitamos. Un mundo que expone las fisuras de los programas de sustentabilidad, diversidad e inclusión superficiales, los premios de sostenibilidad vacíos y el incrementalismo que tanto nos ha costado abandonar. Ahora no hay lugar para la ilusión; la realidad nos golpea la cara, por lo que necesitamos un replanteamiento profundo.
Así que tenemos una oportunidad sin precedentes para crear algo nuevo. Porque cuando todo parece derrumbarse, cuando la estructura misma del sistema que conocemos está en ruinas, surge un momento de apertura radical: una liminalidad, una grieta en la que todo es posible. Pero ¿podremos aprovecharla?
Como sostiene el economista Aris Komporozos-Athanasiou, el capitalismo siempre ha sido una narrativa de ficción. Ahora, la distorsión de la realidad no es solo parte del sistema, es el sistema. Entonces, ¿por qué no escribir y crear una mejor ficción?
La clave para navegar este momento de transición está en reconocer que el colapso del viejo sistema no es el fin, sino el comienzo. Como el bosque después del incendio, nuevas formas de vida emergen de las cenizas. La pregunta no es cómo rescatamos el sistema actual sino cómo creamos uno nuevo.
Y a ver, tampoco es que hay que empezar de cero; históricamente, los momentos de mayor crisis han sido también los de mayor creatividad. Durante la Gran Depresión, surgieron movimientos artísticos y políticos que redefinieron la modernidad. En la posguerra, las ruinas dieron lugar a un renacimiento cultural y económico. Hoy, estamos en una posición similar, pero con una diferencia clave: esta vez, tenemos la posibilidad de aprender de los errores del pasado.
Crear, diseñar, trabajar, dirigir en 2025 significa rechazar la nostalgia por un pasado idealizado. Significa también resistir las visiones distópicas que nos presentan como inevitables. Crear significa imaginar un mundo donde el crecimiento tenga límites, donde la tecnología sea una herramienta, donde la humanidad pueda reinventarse a sí misma sin perder lo que la hace esencialmente humana.
En este punto crítico, no basta con resistir: debemos imaginar. Y en ese imaginar, propongo algunas preguntas para comenzar:
- ¿Podrá la inteligencia artificial, en lugar de reemplazarnos, ayudarnos a redescubrir lo más esencialmente humano en nosotros?
- ¿Será este aparente colapso de las instituciones tradicionales la oportunidad para crear nuevas formas de gobernanza basadas en la sabiduría colectiva?
- ¿Podría la crisis de los medios tradicionales dar paso a un nuevo periodismo, uno que nazca desde las comunidades y para las comunidades?
- ¿Será la soledad epidémica de nuestra era digital el catalizador para reinventar nuestras formas de crear comunidad y conexión?
- ¿Podrá la crisis de sentido que experimentamos llevarnos a construir nuevas mitologías que honren tanto la ciencia como lo sagrado?
- ¿Serán las nuevas economías circulares y locales la clave para liberarnos de la tiranía del crecimiento infinito?
- ¿Podría la actual crisis de la democracia ser el terreno fértil para una nueva forma de participación ciudadana, potenciada por la tecnología pero enraizada en la sabiduría ancestral?
- ¿Será la actual fragmentación social el preludio necesario para una integración más profunda y consciente de nuestras diferencias?
- ¿Podrá la inevitable transformación del trabajo liberar nuestra creatividad de las cadenas de la productividad compulsiva?
- ¿Será la actual crisis educativa la semilla de un nuevo paradigma de aprendizaje que honre múltiples formas de conocimiento?
- ¿Podrá el colapso de los grandes relatos modernos abrir espacio para narrativas más diversas y policéntricas sobre lo que significa el progreso?
Cada una de estas preguntas no solo apunta a problemas actuales, sino a la posibilidad de respuestas radicalmente nuevas.
No podemos seguir escondiéndonos detrás del velo confortable de la inevitabilidad histórica. Este momento exige más que resignación, más que la aceptación pasiva de un futuro diseñado por alguien más en un mundo totalmente ajeno al nuestro.
La verdadera revolución no vendrá de aquellos que prometen salvarnos, cual mesías, con algoritmos más inteligentes o muros más altos. Tampoco de quienes, en nombre de la moderación y el orden, nos piden que esperemos pacientemente mientras el mundo arde. La revolución verdadera está ocurriendo en los márgenes, en los espacios donde la gente común se atreve a imaginar y construir alternativas radicales a este sistema moribundo.
Hemos llegado al punto donde la cautela es la verdadera temeridad. ¿Qué podría ser más peligroso que mantener el curso actual hacia el precipicio?
La crisis actual no es solo económica, política o ambiental. Es una crisis de imaginación. Durante demasiado tiempo hemos permitido que otros imaginen nuestro futuro por nosotros. Los tecnócratas con sus utopías digitales estériles. Los políticos con sus promesas vacías de retorno a un pasado mítico. Los economistas con sus gráficas que miden todo excepto lo que verdaderamente importa.
Es hora de reclamar nuestro poder para soñar. No los sueños domesticados que nos venden como innovación, sino sueños salvajes y peligrosos que desafían las estructuras mismas del poder. Sueños que reconocen que la verdadera sostenibilidad requiere una transformación radical de nuestras relaciones entre nosotros y con todos los sistemas.
Este es un llamado al coraje. Coraje para abandonar las certezas cómodas del presente. Coraje para enfrentar la verdad de nuestra situación sin caer en la desesperación. Coraje para crear en medio del caos, para construir mientras otros destruyen, para amar en tiempos de odio.
No hay futuro sino futuros
El futuro no es una línea recta hacia el progreso, como nos han hecho creer. Es un campo fértil donde diferentes futuros esperan por nacer. Y en este momento crítico, cuando los viejos sistemas se desmoronan y los nuevos aún no toman forma, tenemos una oportunidad única para influir en el resultado.
¿Seremos lo suficientemente valientes para abandonar las viejas narrativas que nos han traído hasta aquí? ¿Tendremos la audacia de imaginar y luchar por futuros que aún no tienen nombre? ¿Podremos encontrar la sabiduría para aprender de los errores del pasado sin quedar atrapados en ellos?
El tiempo de la contemplación pasiva terminó. Este es el momento de la acción consciente y determinada. No podemos permitir que el miedo al cambio nos paralice, ni que la magnitud del desafío nos abrume. Cada acto de creación, cada gesto de resistencia, cada ejemplo de una forma diferente de vivir y relacionarnos, es una semilla de futuro plantada en el presente.
La distorsión de la realidad que vivimos no es inevitable ni inmutable. Es una construcción social y, como tal, puede ser deconstruida y reconstruida. Como dije antes, si vamos a vivir en una realidad distorsionada, que sea una distorsión que amplíe nuestras posibilidades en lugar de limitarlas, que profundice nuestra humanidad en lugar de erosionarla.
Este es nuestro momento. No el momento de los tecnócratas con sus soluciones algorítmicas, ni de los políticos con sus compromisos a medias, sino de todos aquellos que se atreven a soñar y actuar por un mundo radicalmente diferente.
La historia que escribamos ahora puede ser la historia de comunidades que se atrevieron a experimentar con nuevas formas de vivir, de movimientos que transformaron el dolor en poder, de personas comunes que se negaron a aceptar lo inaceptable.
El derrumbe del viejo mundo no es el fin. Es apenas el comienzo. Y en este inicio, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de sembrar las semillas de un futuro que sea digno de las generaciones venideras. La pregunta no es si el cambio vendrá –el cambio ya está aquí–. La pregunta es: ¿qué haremos con él?
Este es un exhorto a la acción, pero no a la acción ciega o desesperada. Es un llamado a la acción consciente, creativa y colectiva. Porque en este momento de crisis global, necesitamos más que nunca la sabiduría para distinguir entre lo que debe ser preservado y lo que debe ser transformado, el coraje para actuar decisivamente y la compasión para asegurarnos de que nadie quede atrás en el proceso de cambio.
El futuro no está escrito. Está esperando a que lo escribamos juntos. Y en esta escritura colectiva, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar. ¿Qué historia elegiremos contar? ¿Qué mundo nos atreveremos a crear? Ojalá que no sea uno en el que optimicemos todo hasta que ya no quede nada más que optimizar.